Oí la atormenta acercarse tan rápidamente que me di cuenta que no tenia tiempo de regresar , enseguida contemplé la necesidad de resguardarme en aquella solitaria y descuidada chocita al pie del río, la recordaba perfectamente, ¡cuántos recuerdos me venían a la mente...! los aparté, algunos hacían daño. Sin embargo, no rechazaba la idea de algún día arreglarla para disfrutar de mis tardes melancólicas.
Así que para mi, la idea se me hizo absolutamente placentera, solo el pensar entrar a aquella chocita apartada, sentí una felicidad extraña, unida con un dolor lejano pero dolor al fin y al cabo.
En el último tramo que me separaba de ella, ya se había desatado la lluvia, una copiosa lluvia típica de la temporada, disfruté de aquellas gruesas gotas que en ese momento empapaban mi vestidura, estaba completamente mojada cuando llegué al portal de la casita. Y cual fue mi sorpresa cuando vi un destello de luz perfilarse por las aberturas de las ventanas y la puertecita. ¡Mi chocita no estaba sola! Respiré profundo y en silencio, por instinto de conservación, me acerqué sigilosamente para ver si veía u oía algo, sí, efectivamente, la chocita no estaba sola, oí ruidos, oí pasos, oí música. ¿Qué hacer?
Pensé en recostarme en el portal hasta que pasara la tormenta, total, nadie sabia que yo estaba ahí, y después regresaría al pueblo y averiguaría quien habitaba “mi chocita”.
Y así lo hice, me recosté sobre unas mantas que estaban tiradas, me tapé con una de ellas y cerré mis ojos.
Diez años atrás, era una chica feliz, enamorada de aquel apuesto joven, era correspondida por él, el mundo lo sentíamos nuestro. Paseábamos en las tardes por aquellos Lares, agarrados de las manos, disfrutando de la naturaleza, única testigo de nuestro puro amor, un amor de adolescentes que se perfilaba para toda una vida, al menos, así había sido nuestro juramento de amor.
Aquella tarde, como cualquier otra, me senté en nuestra piedra, a esperarlo, mas el tiempo pasó, y nunca llegó, ¡me preocupe tanto! Regresé corriendo al pueblo, extenuada me acerqué lo más posible a su casa, (no les había contado... sus padres no me querían, era una niña de familia humilde, ellos eran adinerados), me paré en la acera de enfrente, detrás de un árbol, para que no me vieran. Estando en esa misma posición cerca de 30 minutos, se abrió la puerta principal, una puerta inmensa de madera, doble, el corazón me dio un vuelco, lo vi, lo llevaba el padre del brazo, con una maleta en la mano, vi sus ojos, desesperados, buscando, ¡buscándome! No me vio. Subieron a un coche y casi sin darme cuenta, ya no estaban. ¡Qué vacío sentí en mi alma, qué soledad! Sabia que era una despedida sin adiós. ¡Cuánto duele una despedida! ¡Cuánto hace falta un adiós!
Y 10 años después, aún no sabia donde había quedado nuestra promesa de amor, que habían hecho con ella, cuando dejó de recordarme, cuando dejó de amarme. Nunca me buscó, nunca me escribió, nunca cumplió con nuestra promesa de amor.
Cuando abrí los ojos, era de noche cerrada, sentí escalofrío, tenía fiebre, sentí miedo de aquella oscuridad, de aquel silencio, de aquel recuerdo. Una lágrima corrió por mi mejilla, se me escapó, como aquella tarde se me escapó la vida. 10 años sin acercarme a mi chocita, 10 años esperando sentada en aquella piedra.
Un fuerte ruido me sacó de mi letargo, como pude me incorporé, me dolía todo el cuerpo, alcancé a arrinconarme, temblaba, aún no se si de frío o de miedo. Sentí una mano acariciar mi pelo, suave, con extrema delicadeza, alcé mis ojos y vi a un hombre, no podría precisar los años que tendría, pero si podía asegurar que los que tuviera le pesaban mucho, miré su rostro, ¡que rostro tan familiar! ¡Que tristeza en ese rostro! Busqué sus ojos, nunca había visto ojos tan apagados, ojos tan sin vida, ojos tan tristes. ¡Como debió haber sufrido aquel hombre! Me ayudó a levantar, me echó sobre mis hombros una manta blanca, limpia, pura, como nuestro amor. Era El, aquel que un día arrebataron de mi lado, ¿que habían hecho con él? Con su juventud, con su alegría, con sus ojos, su sonrisa, sus manos, ¡su vida! Nos abrazamos, fue un abrazo tan profundo, que sin palabras me contó la historia de nuestro amor. Porque ahí estábamos, juntos, amándonos, cumpliendo con nuestra promesa de amor.
Por Mery Larrinua